Lo peor es que da lo mismo lo que digamos de Artur Mas. Bruselas ha desmentido la posibilidad de un estado catalán «independiente dentro de Europa».También le han rebatido sus cifras macroeconómicas o sus expectativas empresariales: SEAT, Volkswagen, Planeta o la embotelladora de Coca-Cola, Daurella, han anunciado que trasladarán fuera de Cataluña sus sedes. Pero todo parece darle igual al votante independentista. Cuando la mente se somete voluntariamente a una ideología, el sentido común la abandona. Recuerdo a un militante comunista de Hungría que me dijo literalmente: «Ni aunque el camarada jefe se acostase con mi mujer dejaría de votarlo. El partido es el partido». Me lo decía con una sonrisa, mientras yo imaginaba cómo los cuernos le crecían sobre la frente. Comprendí entonces que, cuando un concepto se eleva a categoría de dogma, la razón desaparece. De esa forma las personas pueden matar en defensa de una raza, mentir por una causa o torturar en nombre de una nación. No porque la raza, causa o nación merezcan la pena en sí, sino porque el ser humano ha determinado entregarles la vida como si lo mereciesen. El mecanismo tiene su encanto porque releva la necesidad de pensar y evita la incertidumbre. La vida discurre normalmente entre meandros de grises que resultan agotadores. Obliga a pensar constantemente, tomar decisiones, lamentar errores, hacerse perdonar, negociar, ¡Cuánto más descansado resulta concebir el mundo en blanco y negro y depositar en el líder las responsabilidades! Yo nunca confiaría en un político que hubiese planteado una pregunta («¿Desea usted que Catalunya sea un nuevo estado de la Unión Europea?») cuyo contenido hubiese sido negado por la propia UE. ¿Cómo confiar problemas políticos y gestiones públicas a una persona deshonesta, como le ha afeado la periodista sueca del Svenska Dagbladet, Teresa Küchler? Sin embargo, las encuestas revelan que la intención de voto a favor de Artur Mas ronda la mayoría absoluta. ¿Qué significa semejante tendencia? Pues que la mitad de las personas de Cataluña está dispuesta a creer que eliminar a España de sus vidas significa solucionar sus problemas económicos, potenciar su identidad cultural, situarse a la cabeza de Europa y hasta mejorar las tasas de curación del cáncer (se lo he oído decir a Mas). Es una quimera, claro, no existen milagros así, ¡pero qué hermoso es creerlo! Qué fácil entregarse a un sueño colectivo en el que te evitan el esfuerzo del diálogo, las preguntas, dudas, compromisos y búsquedas. Te quitan la responsabilidad y te dan la felicidad. Tengo larga experiencia con la idolatría nacionalista. Me la he encontrado en Kosovo, Serbia, Croacia, Bosnia, Osetia, Georgia. Siempre promete prosperidad, homogeneidad racial y cultural, paz y expansión. Y siempre hay un Slobodan Milosevic al que todos siguen.
Cristina L. Schlichting
FVA Management - Blog
Félix Velasco
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