sábado, 20 de marzo de 2010

Bibiana y Crisis


  • El 25% de las empresas españolas, una de cada cuatro, piensa que tendrá que reducir plantilla en 2010.
  • Unas 300.000 empresas de España, sobre todo pymes, están en peligro de desaparición por retraso en el cobro de facturas, según el Informe sobre la ley 3/2004 de lucha contra la morosidad elaborado por el Centro de Estudios de Morosología (CEM) de EAE Business School.
  • La Comisión Europea prevé que el PIB español caiga un 3,2% este año y un 1% en 2010, y que el paro llegue hasta el 20,5% ese año, el doble que la media de la UE. El PIB caerá otro 1% en 2010 y el déficit público se disparará hasta casi el 10% del PIB.

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sábado, 13 de marzo de 2010

De la escuela a la universidad

Uno de los temas recurrentes en todos los programas de regeneración de la sociedad y la economía españolas es la necesidad de mejorar nuestro sistema educativo, desde la escuela elemental hasta la universidad. Siempre ha estado muy extendida, en efecto, la idea de que los niveles educativos en España eran más bajos que en otros países europeos y la opinión de que, si no se lograban mejoras significativas en este campo, el progreso económico del país sería mucho más difícil.
Pero es evidente también que no todo el mundo ha pensado lo mismo. Desde hace varios siglos, se ha preferido en muchos casos anteponer el adoctrinamiento del estudiante a su cualificación técnica. Es en este sentido en el que hay que entender, por ejemplo, la famosa disposición de Felipe II que obligaba a volver a España a cuantos nacionales estuvieran estudiando en universidades extranjeras, con pocas excepciones. Y es también la ideología la que prima en un modelo educativo que atribuye, por ejemplo, mayor importancia a la espontaneidad del alumno que a sus conocimientos de matemáticas o de gramática, por no mencionar la imposición a los alumnos de determinados valores sociales o morales con los que el poder político trata de hacer ingeniería social.
Los resultados están a la vista. Ninguna de nuestras universidades está entre las mejores y tenemos unos estudiantes de enseñanza media y elemental con unos niveles de formación muy deficientes, que ocupan de manera sistemática puestos muy bajos en los rankings de conocimientos que elaboran diversas organizaciones internacionales. La cultura del esfuerzo tiene muy poco prestigio en nuestro país; y la idea de que hay que tratar de manera diferente a los alumnos que realmente trabajan y a aquellos que prefieren dedicar su tiempo al copeo y a la vagancia es mal vista por muchos pedagogos a la moda.
Nuestros estudiantes, en resumen, saben poco y han asimilado, a menudo, ideas muy contrarias a aquellas que constituyen el fundamento del progreso económico. No es sorprendente que, junto a reformas importantes en la regulación y organización de algunos mercados, casi todos los expertos y organizaciones internacionales que han analizado la perspectiva del crecimiento económico español en el medio y en el largo plazo hayan insistido en la necesidad de mejorar de forma sustancial nuestro modelo educativo. El reciente informe de la OCDE en este sentido no es, por tanto, un documento aislado.
La escuela fue durante mucho tiempo bandera de la izquierda española; y no se entiende el mensaje del reformismo y el regeneracionismo, desde el siglo XVIII hasta el siglo XX si se excluyen los proyectos de elevar el nivel de las escuelas, la formación profesional y las universidades. Cabe preguntarse por qué las cosas han cambiado tanto.
La estrategia de la izquierda de nuestros días, consistente en pedir más dinero para las escuelas públicas y negar cualquier tipo de ayuda a los centros de enseñanza privados, es algo muy diferente. Con ella no se busca tanto elevar la calidad de las escuelas públicas como hacer desaparecer la competencia de las privadas. No se intenta igualar por arriba; el objetivo, es más bien, eliminar a quienes destacan. Y éste es uno de los peores errores en los que puede caer un sistema educativo. Decía George Stigler –un conocido economista norteamericano, en su día galardonado con el premio Nobel– que lo que había hecho que las universidades de los Estados Unidos fueran las mejores del mundo no era que dispusieran de más recursos que otras. La razón era, en su opinión, que compiten entre sí por los mejores profesores, los mejores estudiantes y los mejores proyectos de investigación. Es la vía a seguir. Pero nosotros, por el momento, vamos en la dirección contraria.

Francisco Cabrillo
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miércoles, 10 de marzo de 2010

Sobran funcionarios... y faltan empresarios


Nunca ha sido el espíritu empresarial característica dominante en el carácter de los españoles. Los negocios no son actividad de hidalgos; y, mientras la pobreza honorable se ha visto casi siempre con respeto, se ha desconfiado por lo general del comportamiento de aquellos que intentan obtener beneficios en una actividad comercial o industrial. La mezcla de este espíritu con la tradición católica hacen muy difícil que la sociedad vea con respeto a quienes ganan dinero creando su propia empresa; a diferencia, por cierto, de lo que ocurre a quienes han obtenido su riqueza por nacimiento o por métodos que a menudo ni siquiera se puede mencionar sin sonrojarse. No cabe duda, quien gana dinero trabajando en este país no es objeto de gran aprecio. Pocas frases definen mejor esta curiosa actitud que aquel texto de Quevedo en el que afirma que "conciencia en mercader es como virgo en cotorrera, que se vende no habiéndolo".
Esta actitud, inicialmente limitada a determinadas clases o estamentos, se extendió hace ya siglos a toda la sociedad, y sigue muy presente en la España actual. Las críticas a los empresarios y a los "especuladores", a los que se les acusa de todos los males del país, constituyen una clara muestra de esta forma de entender la economía. En la misma línea está, desde luego, el rechazo a casi cualquier medida que tenga como objetivo aumentar la competencia mediante la liberalización de un sector regulado. Así, que las tiendas puedan abrir el día que quieran sus propietarios es algo que despierta auténtica animadversión en mucha gente, aunque el hecho a ellos en nada les perjudique y la gran mayoría de las personas resulte beneficiada. Tenga cuidado si se le ocurre, por ejemplo, sugerir que se deberían permitir que funcione la competencia en la sanidad, en la educación o en las pensiones. Su integridad física podría correr peligro. "La competencia nos envilece", afirmaban los farmacéuticos hace algo más de cien años; y muchos españoles piensan, en el fondo, lo mismo.
Consecuencia lógica de esta actitud es la obsesión nacional por trabajar para el Estado, la comunidad autónoma o el ayuntamiento del pueblo. Todos queremos ser funcionarios y asumir los valores del conformismo y el rechazo a asumir riesgos. El aumento del nivel de renta y la descentralización administrativa permitieron, a lo largo de bastantes años, un crecimiento absurdo del número de personas que trabajan en el sector público, que ya supera los tres millones. Hay comunidades autónomas, como Extremadura o Andalucía, en las que pocas cosas se pueden hacer al margen de la administración autonómica y local, que han creado un sistema caciquil de nuevo cuño que hace muy difícil que estas zonas puedan experimentar un auténtico progreso económico, al margen de la subvención y las transferencias. Pero incluso regiones que durante mucho tiempo creyeron más en el sector privado que en la Administración se están convirtiendo también en sociedades de funcionarios. Cataluña es un buen ejemplo, aunque no el único, desde luego, de esta renuncia a la iniciativa individual y a la asunción de riesgos.
Una de las vicepresidentas del Gobierno dijo hace sólo unos días, que, en la actual situación de crisis, el sector público es nuestra "tabla de salvación"; y añadió a continuación, sin inmutarse, que "lo público" constituye un "pilar dinamizador". Al margen de lo absurdo de la expresión, la frase refleja lo viva que la actitud contraria a las soluciones de mercado sigue en nuestro país. Pues nada, creemos más funcionarios, hagamos la vida imposible a los empresarios innovadores... y sentémonos a esperar la recuperación de la economía española.

Francisco Cabrillo
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