Un asesor político le dio un día a un presidente de gobiernos tres cartas que él debería abrir sucesivamente si las cosas le iban mal.
Así sucedió con lo que el mandatario se enfrentó a la primera misiva.
El mensaje esa escueto, pero rotundo. Decía: «Échale las culpas a tu predecesor».
Aquello surtió efecto durante algún tiempo, pero no fue suficiente para resolver los problemas, por lo que nuestro gobernante tuvo que abrir la segunda carta.
Esta rezaba: «Échale la culpa a la crisis general; di que es tan intensa que a pesar de las acertadas medidas que tomas para enfrentarla, las soluciones aún tardarán en llegar».
Así lo hizo con fortuna desigual porque el argumento convenció a los convencidos y no satisfizo a los detractores que criticaron su reacción tardía y el desacierto de sus decisiones.
El Presidente no tuvo más remedio, entonces, que rasgar la tercera carta que lacónica sentenciaba: «Vete escribiendo las tres cartas».
Así sucedió con lo que el mandatario se enfrentó a la primera misiva.
El mensaje esa escueto, pero rotundo. Decía: «Échale las culpas a tu predecesor».
Aquello surtió efecto durante algún tiempo, pero no fue suficiente para resolver los problemas, por lo que nuestro gobernante tuvo que abrir la segunda carta.
Esta rezaba: «Échale la culpa a la crisis general; di que es tan intensa que a pesar de las acertadas medidas que tomas para enfrentarla, las soluciones aún tardarán en llegar».
Así lo hizo con fortuna desigual porque el argumento convenció a los convencidos y no satisfizo a los detractores que criticaron su reacción tardía y el desacierto de sus decisiones.
El Presidente no tuvo más remedio, entonces, que rasgar la tercera carta que lacónica sentenciaba: «Vete escribiendo las tres cartas».
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Félix Velasco
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