NO es Grecia, ni Portugal, ni España las que están en peligro. Es el euro, la moneda única europea, la novena maravilla del mundo, más cotizado que el dólar. Lo ha puesto en peligro el hecho de que el euro griego no inspira tanta confianza como el euro alemán, pese a valer (todavía) lo mismo. Lo que no es lo mismo es la seguridad de que el país pagará sus deudas.
Es el resultado de haber establecido una moneda única sin tener una política económica común. Algo así como empezar una casa por el tejado. Tenía que haberse empezado dictando normas comunes en impuestos, seguridad social, jubilaciones, competencias, etcétera, y sólo cuando se hubiera alcanzado una cierta homogeneidad, establecer una moneda común. Hacerlo a la inversa era saltar al vacío con bastantes probabilidades de estrellarse. Pero había prisa. Desde Carlomagno, el gran sueño de galos y germanos —tal vez por haberse peleado a menudo— ha sido reconstruir el Imperio Romano, unificar Europa, y tras haberlo intentado tantas veces por separado, creyeron encontrar la ocasión de hacerlo juntos en la Europa destruida por su última contienda. Así surgió el proyecto de la Comunidad Europea, y con ella, el euro. Un proyecto más político que económico, con los fondos de cohesión como igualador de la Europa pobre y la Europa rica. Las prisas, el subordinar la economía a la política, el creer que todo se solucionaba con unos miles de millones sin cambiar las mentes ni las estructuras nos ha llevado al borde del precipicio en que nos hallamos. ¿Cómo no iban los europeos pobres a gastar más de lo que tenían sabiendo que los europeos ricos iban a pagar sus deudas?
La crisis ha sido el detonante de esta quiebra que amenaza a todos. Hoy, Europa está rota por la mitad, con los ricos advirtiendo a los pobres que se acabó lo que se daba y los pobres rechazando los sacrificios que les imponen los ricos. Ambos tienen sus razones, aunque las de los ricos son más fuertes, al tener la sartén por el mango. Pero los pobres pueden usar la fortaleza de los débiles: no pagándoles lo que les deben. Y armando un jaleo de mil demonios. ¿Qué va a pasar con el euro? ¿Se expulsa a Grecia de él si no cumple las condiciones que se le imponen? ¿Se crean dos tipos de euros, uno para los ricos y otro para los pobres? ¿Qué se hace con los euros en circulación? Pregunta sobre pregunta, con respuestas que crean más problemas que resuelven, los indignados gritando: «¡Ya nos han oído!». Y los paganos advirtiendo: «¡Lo tomáis o lo dejáis!». En una colisión, perderán ambos, aunque, como siempre, serán los pobres quienes más pierdan, quedándoles como única satisfacción haber hecho un buen agujero en la cartera de los ricos. Flaco consuelo, con la suya vacía.
José María Carrascal
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Félix Velasco
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