El mercado funciona porque da beneficios a quien lo hace bien, y castiga con pérdidas a quien lo hace mal. Es así como la economía va evolucionando y generando cada vez más prosperidad. Si una empresa es capaz de ofrecer un buen producto que la gente quiera comprar, y a la vez es capaz de mantener controlados sus gastos, el resultado será una alta rentabilidad. Sin embargo, la empresa que no es capaz de ser austera o vive del crédito sin posibilidad de devolverlo, será apartada del mercado. Este mecanismo no sólo sirve para que prosperen las empresas más eficientes, sino también para que todos los agentes económicos empujen en la misma dirección. Para que eviten el despilfarro y la mala gestión, y busquen ofrecer al público buenos bienes y servicios con el menor consumo de recursos posible. En el mercado, la austera hormiga prospera, y la manirrota cigarra quiebra. En este caso todos quieren ser hormigas.
Hasta aquí cualquier lector pensará que esto es obvio, que no es más que sentido común. El problema es que nuestros gobernantes han terminado por montar una Europa que funciona en sentido contrario. Se ha instalado un sistema en el que el manirroto es automáticamente rescatado, y el austero que evita los atajos paga la cuenta. Los países periféricos siguen gastando como si nada pasara, y Alemania rescata con cargo al contribuyente. De esta manera, como decía, no sólo se comete la barbaridad de recircular la riqueza desde los lugares productivos a los improductivos. Además se genera un sistema de incentivos contrario al de una economía sana: se premia el despilfarro, y se desincentiva la buena gestión. En una economía en la que no se penaliza a quien lo hace mal, todos tenderán a hacerlo mal. Así, al ver que siguen teniendo déficit público países que si no fuera por Alemania habrían quebrado, todos se suman al carro. Ni siquiera en plena sobredosis keynesiana, en esta crisis de deuda generada por los políticos, nadie quiere desaprovechar esta oportunidad gratuita de gastar más de lo que pueden devolver.
La guinda al pastel europeo, después del rescate encubierto a España e Italia mediante la compra de bonos por parte del BCE, es la incorporación de Francia a la lista de los países en apuros. Es la confirmación de que toda Europa empuja en dirección al abismo, y que queda poco margen para caer. Cada paso en esa dirección aumenta la bola de deuda e inflación que lastrará la economía del continente durante décadas, y que hace más difícil salir de la crisis. Es como si las cigarras manirrotas hubieran llegado al poder, y estuvieran devorando a las austeras hormigas. Si no se hace el gran ajuste de las cuentas públicas a nivel continental, corremos el riesgo de que las cigarras hagan saltar Europa por los aires. Y cuando no queden hormigas comprobaremos lo duro que es el invierno.
Ignacio Moncada
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Félix Velasco
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