sábado, 6 de diciembre de 2008

Demostrado: el pesimismo no crea empleo; pero el optimismo, tampoco,


La ‘infantilización’ de la vida parlamentaria, que diría Manuel Conthe, impide por el momento averiguar a que espera la clase política para meterse en faena. Pero la realidad, como se sabe, es implacable y tozuda. No entiende de florituras políticas ni de juegos malabares para confundir a la opinión pública. Y lo cierto es que el deterioro de la economía española se ha prolongado de forma intensa en los últimas semanas, sin que los estrategas de la calle Alcalá o del palacio de la Moncloa (¿no había allí una Oficina Económica?) hayan movido un solo músculo, más allá de describir obviedades que sólo sirven para rellenar titulares de periódico.
No son ganas de aguar la fiesta, pero si a la vista del cuadro resumen de indicadores
que puntualmente publica el Ministerio de Economía nadie reacciona de una forma contundente, es que este país tiene un problema, y grave. No es normal –incluso con una crisis tan severa como la que sufre la economía española- que el paro registrado crezca a ritmos del 30% en términos anuales, ni mucho menos es explicable en términos racionales que la afiliación a la Seguridad Social esté cayendo ya al 1,4%, cuando hace apenas doce meses crecía por encima del 3%. La tasa puede parecer todavía baja, pero no estará de más recordar que detrás de cada punto hay casi 200.000 puestos de trabajo, lo que da idea de la que está cayendo.
Sin embargo, el Gobierno y los agentes sociales miran para otro lado, como si tuvieran todo el tiempo del mundo antes de que el náufrago arribe a la orilla. Como si la degradación del mercado laboral no fuera con ellos y tuviera mucho de inevitable, de fatalidad.
Mucho golpe de pecho mostrando preocupación, pero ni una mala medida para frenar el alud del desempleo. Zapatero dice que son los sindicatos y empresarios quienes tienen que proponer soluciones, pero éstos no se mueven ni un ápice de sus posiciones iniciales. Los primeros se niegan a abordar una nueva reforma laboral y a los segundos lo único que parece preocuparles es reducir los costes de las empresas (despido, cotizaciones sociales, fiscalidad…). Como se suele decir, unos por otros y la casa sin barrer. Si no fuera porque la cifra de tres millones de parados está a la vuelta de la esquina, sería como para irse del país ante la incapacidad de sindicatos y empresarios para entender el momento histórico en que vive la economía española.
Crisis ‘made in USA’
No es menos pasmosa la actitud del presidente del Gobierno, quien parece estar aliviado por el hecho de que la crisis financiera es ‘made in USA’, lo que le da margen de maniobra ante sus electores para culpar de todos los males de la economía española a los tiburones de Wall Street. Mal de muchos, epidemia, que dice el saber popular.
Más allá de que los culpables de tanto desasosiego residan en el otro lado del Atlántico, lo verdaderamente relevante es que España se ahoga por falta de financiación que lubrique el sistema económico, lo que nos aboca a la recesión. El paro no es la causa de nuestros problemas, es la consecuencia, y de ahí que sorprenda tanta inactividad. Por cierto, perfectamente predecible a la vista de la última reforma laboral -pactada por sindicatos y empresarios y bendecida por el Gobierno-, que dejó una tasa de temporalidad del 30% pese a que los contribuyentes se gastaron miles de millones de euros para que las empresas crearan puestos de trabajo fijos y no temporales. No piensen que este es el mensaje de un peligroso izquierdista. El Banco de España -nada sospechoso de alentar rigideces- ya advirtió hace casi un año
de que la bolsa de trabajo precario era una bomba de relojería que podría estallar, como así ha sido. Sucedió exactamente lo mismo durante la última recesión, cuando la crisis se cebó en quienes tenían empleo temporal.
Y aquí está el meollo del asunto. Resulta que empresarios y sindicatos han aceptado como punto de partida para las relaciones laborales la existencia de una dualidad en el mercado de trabajo sin parangón en Europa. Los trabajadores fijos cuentan con todos los derechos: revisión anual del salario de acuerdo con el IPC, antigüedad, reclasificaciones y hasta un elevado coste del despido que les protege del empleador; pero, por el contrario, el trabajador precario ni tiene antigüedad ni derechos vinculados a la estabilidad del puesto de trabajo. Por no tener, en la inmensa mayoría de los casos, no cuenta siquiera con carrera profesional, ya que su puesto de trabajo es de usar y tirar, en muchos casos vinculado a una subcontrata de una subcontrata. No se trata de un fenómeno que afecta sólo al sector privado. Las administraciones públicas son las primeras que están soltando lastre para salvar sus cuentas, pero en lugar de racionalizar el gasto corriente lo primero que hacen es despedir a trabajadores eventuales.
Es evidente que el modelo productivo de España durante los últimos años –basado en el uso intensivo de empleo de baja cualificación en sectores como los servicios de restauración o construcción- explica esta dualidad del mercado de trabajo. Pero contando con ello, resulta verdaderamente lamentable que la sociedad española –y en particular los sindicatos- asistan mudos a la fiesta del despido del trabajador temporal. Haciendo recaer en ellos las consecuencias nefastas de la crisis económica. Toda una muestra de solidaridad obrera.

Carlos Sánchez

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