Que los escolares españoles no sepan las provincias por donde pasa el Duero, que sean incapaces de definir el atardecer, que consideren a la gallina un mamífero y escriban «Nabarra», «conduzta», «bolcán» y «gerarquía» es malo. Pero que los aspirantes a profesores de Básica cometan tales barbaridades asusta. Más, cuando no son una excepción, sino la regla: el 86 por ciento de los aspirantes a una plaza docente en la Comunidad de Madrid no pasó esa prueba de conocimientos. Asusta, aunque no extraña, al menos a quienes vienen observando con ojos ecuánimes el desplome de la enseñanza en España, que lo encuentran natural. E incluso lógico.
Una de las grandes paradojas políticas de los últimos tiempos es que la izquierda, que hizo de la instrucción una de sus principales banderas, por darse cuenta de que la instrucción es la vía más segura y eficaz de promover el ascenso social de las clases bajas, la ha sacrificado a sus prejuicios políticos y aberraciones ideológicas. Ya que el aprender cuesta un esfuerzo, y que el esfuerzo ha pasado a ser considerado de derechas por la nueva izquierda, la educación ha ido adelgazándose hasta el extremo de convertirse más en un juego que en un trabajo intelectual, con aulas de primaria que parecen de párvulos y aulas universitarias propias de media. En el mejor de los casos, pues en el peor, ni eso. Todo ello acompañado de una parafernalia presuntamente progresista, que en realidad es un retroceso pedagógico, al lado del que el memorismo de antes resulta positivo, pues al menos se aprendían conocimientos, aunque no se digiriesen. Se han suprimido exámenes, se ha permitido pasar curso hasta con cuatro asignaturas pendientes, los suspensos son más una vergüenza del profesor que del alumno y la autoridad de los docentes ha sido reducida a niveles mínimos. Según esta «cultura», los alumnos deben ir a la escuela, instituto o universidad a pasarlo bien, no a adquirir conocimientos, ya que eso requiere tiempo y dedicación.
Estos alumnos son los que, terminadas sus carreras, se han presentado a las plazas de docentes de la Comunidad de Madrid. ¿Extraña que ocho de cada diez de ellos no hayan sido capaces de determinar la longitud de una circunferencia a partir de su radio o decir si Badajoz está en Extremadura?
El resultado de estas pruebas -que no oposiciones, concepto también cancelado por retrógrado- ha coincidido con la salida de profesores y alumnos a la calle en protesta por los recortes en educación. Cuando si quisieran una educación de verdad, lo que hubieran tenido que hacer era permanecer en sus aulas después de sonar el timbre, exigiendo que continuara la clase. Aunque puede que algún cínico dijera: «¡Para lo que iba a servirles!».
José María Carrascal
Félix Velasco - Blog
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