En el Egipto del siglo XIX, contaban los «fellatas» una parábola. Érase un sultán que capturó a un león vivo y se lo quedó. Buscó a un funcionario y le encargó cuidar al animal. También dispuso una asignación de seis libras de carne diarias para alimentarlo. Enseguida, el cuidador calibró que no pasaría nada ni perjudicaría a nadie si alimentaba al león con cuatro libras de carne, quedándose él con las dos restantes. Así lo hizo. Sin embargo, el león perdió fuerza y brío al disponer de menos alimento. El sultán se dio cuenta de inmediato y sospechó del funcionario, de modo que designó a otro funcionario superior para que vigilase al primero y se ocupara de que cumpliera fielmente con su deber. No tardaron en ponerse de acuerdo entre ellos y llegar a la conclusión de que era posible alimentar al león con sólo tres libras de carne y repartirse ambos las otras tres. El pobre león, hambriento y consumido, echó de menos la nueva libra de carne que le habían rebajado de su ración diaria. El sultán, sobresaltado, designó a un tercer funcionario para «vigilar a los otros dos», si bien bastó un primer encuentro para que llegasen a un pacto los tres funcionarios, convenciéndose de que el león podría vivir perfectamente con dos libras de carne al día. Lo que sucedió fue que el león, maltratado y hambriento, estuvo a punto de morir desamparado y destruido por aquellos que fueron encargados de protegerlo.
Para mí, esta parábola explica de manera sencilla y perfecta cómo funciona la corrupción. El león representa al pueblo, y el sultán sería «el Príncipe» (según Maquiavelo). Nos dicen los «fellatas» que un león hambriento se convierte en una fiera peligrosa: y que quienes no «cuidan del león» acaban teniendo que «cuidarse del león».
Ángela Vallvey
FVA Management - Blog
Félix Velasco
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