sábado, 30 de marzo de 2013

Edades de desguace

Hace poco más de un año, una multinacional americana de ropa desembarcó en un palacete del centro de Madrid. La tienda constituye un espectáculo en sí misma, con su decoración barroca, sus recovecos en penumbra y el denso olor del perfume de la marca impregnándolo todo. En cuanto el clima da tregua, plantan en la puerta a un mazas imberbe, un culturista que no debe pasar de 20 años. El chaval da la bienvenida con el torso al aire, la inefable tableta de chocolate abdominal y unos bíceps popeyescos, de esos que exigen algo más que arroz con pollo. Dentro de la tienda, todos los dependientes llaman la atención por dos cualidades: son unos críos y son inusualmente guapos (más hermosos, por cierto, que la ropa que venden, que para nada alcanza el ingenio y las calidades de la factoría Ortega). El establecimiento constituye una apología de la juventud. Es evidente que si has pasado de los 30 puedes olvidarte de que te contraten: simplemente eres un anacronismo, un objeto rancio y contraproducente.
La esperanza de vida en España es 81,9 años y nos tocará jubilarnos con 67 (por ahora). Pero cada vez son más las compañías alérgicas a incorporar a personas que pasen de los cuarenta. ¿Razonable? Frank Lloyd Wright, el genio de la arquitectura al que todavía hoy se plagia, firmó su celebérrima Casa de la Cascada a los 72 años. Verdi estrenó Aida con 58. Warren Buffet, el inversor que siempre acierta, uno de los cinco mayores plutócratas del orbe, acometió su mayor inversión a los 79 años, pagando 44.000 millones de dólares por una compañía ferroviaria. Emilio Botín dirige con éxito el mejor banco español con 78. Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial a los 71. Hoy hay cincuentones que corren maratones. Sesentones y sesentonas que celebran su segundo o tercer matrimonio y cambian de vida. Consejeros de empresas de edad provecta que cobran golosos emolumentos por aportar su experiencia a las compañías. Catedráticos que alcanzan el cénit de su prestigio en el crepúsculo de sus carreras. Entonces, ¿por qué no vale un hombre de 50 años para ser mozo de almacén o una mujer en la cuarentena para trabajar como cajera en un supermercado o dependienta de una tienda?
España tiene un problema lacerante con el paro juvenil: más de la mitad de los jóvenes no encuentran trabajo. Es una bomba de efecto retardado y hace bien el Gobierno en aplicarse para intentar atajarla. Pero no debería olvidarse que la discriminación positiva para que los jóvenes hallen un empleo tiene un reverso oscuro: cuando se incentiva con ventajas fiscales la contratación de los veinteañeros se está dificultando la de la gente mayor. Para muchísimos empleos, hoy ser “mayor” significa tener más de 40 años. Las personas de la franja de edad que va de los cuarenta a los cincuenta y muchos son las que pierden en tropel su trabajo a cornetazo de ERE, arrollados por una crisis mundial de origen financiero que arrancó en el 2008 y que continúa siendo una llaga abierta en Occidente.
Que un joven no trabaje es frustrante, desolador. Pero que no lo haga un cuarentón o un cincuentón resulta trágico, pues en la mayoría de los casos son ellos, y no los chavales, los que tienen hijos, créditos e hipotecas.
Sería interesante que multinacionales que se envuelven en las banderas de los valores, la cooperación y la responsabilidad social corporativa rompiesen una lanza por las canas. Tal vez les parezca una locura, pero dicen que hay gente de 60 años que sería capaz de vender muebles suecos maravillosamente y hasta azafatas cincuentonas que darían un servicio excelente en ciertos vuelos abigarrados con lotería instantánea incluida.
Luis Ventoso
FVA Management - Blog
Félix Velasco

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