Cuando el águila empezó a hacerse vieja, el amo sintió lástima de ella y decidió soltarla; así, pues, le quitó la argolla de metal que la sujetaba por una pata y la lanzó al aire. El ave quedó libre, pero ya no sabía volar. Aleteó un poco, cayó al suelo, se dirigió otra vez a su surco y se puso a caminar en redondo tal como lo había hecho día a día a lo largo de los años.
Nada la ataba, ningún grillete, ninguna cadena, sólo la fuerza de la costumbre.
Félix Velasco - Blog
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