Refiere la Biblia que cuando Dios entregó a Moisés las normas por las que tenía que regirse Israel le dijo de manera taxativa: «Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás; yo el SEÑOR». De la nueva sociedad que iba a establecerse en la tierra de Canaán se esperaba que respetara al anciano poniéndose en pie ante su presencia y dispensándole honra. De hecho, se trataba de una norma tan importante que iba emparejada con el mandato verdaderamente esencial que ordena el temor de Dios. No sólo eso. Además aparecía rubricada por la firma del propio Creador. Pocos mandatos habrán recibido nunca una corroboración más elevada y solemne. A casi tres mil quinientos años de distancia, esas palabras salidas de la misma boca de Dios me causan un desasosegante sobrecogimiento. Razones no faltan. Hace apenas unas horas, el gobierno nacionalista de Cataluña informaba de que se suspendían los pagos a las residencias de ancianos. Si hace unas semanas el nacionalismo más fetén y ridículo de los que se dan cita en la Península –Iberia, a decir del extravagante Joan Tardá– dejaba sin servicios sanitarios a miles de catalanes en ambulatorios, hospitales y quirófanos y, la semana pasada, informaba a los presidentes de los colegios de farmacéuticos de Cataluña de que no iban a cobrar, hace apenas unas horas ha decidido anunciar que abandona a su suerte a ancianos y dependientes. Todo ello sucede mientras Artur Mas no sólo mantiene abiertas todas y cada una de sus embajadas fantasmagóricas en el extranjero –la de París, sin ir más lejos, es mucho más lujosa e imagino que más cara que la de España–, sino que además se gasta una cantidad absurda e injustificada en pagar el doblaje de películas al catalán o en expandir tan hermoso dialecto del provenzal por Nueva Gales del Sur o el Yucatán. Ya el bachiller Montilla –que enviaba a sus hijas a un colegio sin inmersión lingüística– prefirió costear la supuesta expansión de la lengua catalana en el extranjero a aplicar la ley de dependencia. Lo más sangrante es que, en esta ocasión, los abandonados son los ancianos, que, por definición, son los primeros a los que tendría que atender, respetar e incluso mimar una sociedad civilizada siquiera porque así sucede incluso en las culturas más atrasadas y primitivas. Me decía un catalán célebre, Pedro Ruiz, que a él le preocupaban mucho más los ancianos que los niños porque, en última instancia, a los niños siempre los recoge alguien mientras que los ancianos no pueden esperar esa suerte. Estoy de acuerdo con él. Cada vez estoy más convencido de que nadie va a echar una mano a los ancianos en esta sociedad y más cuando instancias como el nacionalismo catalán prefieren mantener a sus legiones de pesebreros y paniaguados. Con ese comportamiento, el nacionalismo catalán –y no sólo él– está escupiendo directamente al rostro de Dios, al que la Biblia denomina con el nombre de «Anciano de días». Puede que algunos no le den importancia a estas circunstancias, pero una sociedad que no respeta y cuida a sus ancianos –como es la sociedad construida por el nacionalismo catalán– ha perdido el temor de Dios y sólo puede esperar, tarde o temprano, encontrarse con Su terrible juicio.
César Vidal
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Félix Velasco
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