La escritora Esther Tusquets afirmó en El País que "Con una crisis basta". Su idea es que todos los que no pasamos hambre y conservamos nuestros empleos no podemos quejarnos. Y concluye: "Es irritante que protestemos de los impuestos".
Aquí parecen entrelazarse dos falacias colectivistas. Una fue expuesta en 1759 por Adam Smith en La Teoría de los Sentimientos Morales: dentro de una familia es inaceptable protestar amargamente por fruslerías mientras nuestros hijos o nuestros padres yacen desahuciados en el lecho del dolor. Pero si los seres humanos afectados por el hambre no lo están por nuestra responsabilidad, no tienen relación alguna con nosotros y padecen su desgracia a miles de kilómetros de distancia, no es éticamente reprobable que no los tengamos presentes todo el día en nuestras quejas o nuestras alegrías.
La segunda falacia colectivista estriba en la equiparación entre el Estado y las relaciones sociales más cercanas de los individuos, lo que es característico del totalitarismo. Así, se piensa que el Estado somos nosotros, lo que hace es lo que hemos decidido en nuestro entorno familiar y social, y por tanto es irritante que protestemos ante los impuestos, igual que lo sería si nos negáramos a la hora de financiar los gastos que acarrea la enfermedad de nuestra madre o nuestra hija. Pero el Estado no sólo no equivale a nuestra familia sino que además es capaz de crearnos a nosotros y a nuestras familias enormes problemas, por ejemplo, a la hora de provocar la crisis o de obligarnos a pagarla mediante esos impuestos que la señora Tusquets pretende que abonemos sin rechistar.
Aquí parecen entrelazarse dos falacias colectivistas. Una fue expuesta en 1759 por Adam Smith en La Teoría de los Sentimientos Morales: dentro de una familia es inaceptable protestar amargamente por fruslerías mientras nuestros hijos o nuestros padres yacen desahuciados en el lecho del dolor. Pero si los seres humanos afectados por el hambre no lo están por nuestra responsabilidad, no tienen relación alguna con nosotros y padecen su desgracia a miles de kilómetros de distancia, no es éticamente reprobable que no los tengamos presentes todo el día en nuestras quejas o nuestras alegrías.
La segunda falacia colectivista estriba en la equiparación entre el Estado y las relaciones sociales más cercanas de los individuos, lo que es característico del totalitarismo. Así, se piensa que el Estado somos nosotros, lo que hace es lo que hemos decidido en nuestro entorno familiar y social, y por tanto es irritante que protestemos ante los impuestos, igual que lo sería si nos negáramos a la hora de financiar los gastos que acarrea la enfermedad de nuestra madre o nuestra hija. Pero el Estado no sólo no equivale a nuestra familia sino que además es capaz de crearnos a nosotros y a nuestras familias enormes problemas, por ejemplo, a la hora de provocar la crisis o de obligarnos a pagarla mediante esos impuestos que la señora Tusquets pretende que abonemos sin rechistar.
Carlos Rodríguez Braun
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