Vivimos tiempos difíciles. Primas de riesgo, bonos basura, mercados financieros... son términos que han irrumpido violentamente en nuestro lenguaje a diario, lo cual es motivo de preocupación. Cada día nos preguntamos por qué nuestra prima de riesgo sigue en los niveles más altos, por qué la colocación de la deuda pública española se hace a tipos de interés tan elevados, por qué el discurso político no hace mella en los operadores de los mercados... Problemas que absorben tiempo y dedicación a los sujetos económicos, quedando postergadas las preocupaciones por el estancamiento de la economía productiva, que es a la que hay que dirigir la mirada cuando se pretende un crecimiento económico.
Se dirá, con razón, que los mercados financieros se mueven mal en el desconocimiento, en la falta de información, acentuados, si cabe, por la incertidumbre de todo futuro; así pensarán nuestros recién llegados parientes, Fitch, Moody’s y Standard & Poor’s. Parece indiscutible que la opacidad de las condiciones económicas de las entidades financieras, por la que optó el Gobierno de Zapatero, mantenida a día de hoy, es un obstáculo para la serenidad de los mercados y para la confianza de éstos en nuestro sistema económico. La transparencia, aconsejada por el G-20 (Washington, noviembre de 2008) y por el G-7 (Roma, febrero de 2009), se presentaba, ya entonces, como el arma más eficaz para proporcionar confianza y tranquilidad, evitando desequilibrios y perturbaciones.
Sólo a nivel de rumores se infiere hoy el destino, al menos parcial, de los recursos que la Unión Europea está dispuesta a situar para el saneamiento del sistema financiero español. No disponer de información precisa acerca de quienes y en qué cuantía serán los destinatarios de esta ayuda, genera dudas fundadas en el sistema en su conjunto; la peor situación para un sistema basado en la confianza.
Dicho lo cual, no puedo dejar de extender mi preocupación, también, a otras esferas que, creo, algo tienen que ver en la situación. ¿Qué decir del gobierno europeo? ¿Existe realmente un gobierno de la Unión Europea? A juzgar por sus fracasos, sus errores y su indolencia, mejor sería que no existiese. Lo que parece cierto es que, en lo que hay, no existe criterio ni coordinación; los alegatos de unos quedan desmentidos por otros; las luchas de intereses combaten en las decisiones de sus órganos.
El modelo de que los gobernantes capaces deben gobernar en los países miembros y los que no lo son integren el gobierno de la Unión, como ocurre en otros organismos internaciones, no es válido para Europa. Frente a las Naciones Unidas, por ejemplo, Europa necesita un Gobierno ágil y certero que tome decisiones ejecutivas, pues mucho es lo que nos jugamos. Que gobierne exigiendo disciplina, en un objetivo común –Europa y el Euro–, sancionando a quienes la incumplan. La cesión de soberanía fiscal y financiera puede ser un requisito ineludible. Quizá el camino para regresar al corazón de Europa del que nos alejó Zapatero.
José T. Raga
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