Cuentan que el secretario de Transportes norteamericano, Ray LaHood, se confesó “impresionado de poder viajar a 300 kilómetros por hora” cuando, a finales de mayo, visitó España para conocer en persona nuestra Alta Velocidad, de la mano del ministro de Fomento. Camino de la estación de Delicias de Zaragoza, mister LaHood se sintió zarandeado por un mar de dudas mientras atravesaba los yermos parajes del viejo Reino de Aragón. “¡Coño, un país más rico que el nuestro!”, deslizó al oído de su jefe de gabinete. Al llegar a Zaragoza, el americano se marcó una jotica asegurando, en pleno éxtasis de Pepe Blanco, que el AVE español era “el más vanguardista del mundo”. No le dijeron, o tal vez sí aunque el detalle le pareció carente de importancia, que la tecnología es extranjera (trenes franceses o alemanes y catenaria italiana), que el dinero que financió la infraestructura es europeo y que solo la mano de obra es española. Tampoco le dijeron que el precio del billete no cubre el coste del servicio, pero que papá Estado corre con la cuenta.
Igualmente se callaron que hay una línea de AVE, de gran importancia para Madrid y su entorno, cuyas obras llevan años semiparalizadas porque el Gobierno central, de izquierda, castiga así a las dos regiones que unirá el trazado, Madrid y Valencia, gobernadas por la derecha. Hace apenas unas semanas, una Caja de Ahorros andaluza ha querido fusionarse con otra murciana, pero la Junta de Sevilla, socialista, lo ha impedido con el argumento de fondo de que en Murcia gobierna el PP y “no vamos a permitir que vengan a mangonear en Córdoba”. De modo que tenemos “el mejor AVE del mundo” que nunca hubiéramos podido construir con nuestro dinero, y tenemos también la mejor Sanidad, o una de las mejores, del mundo, que tampoco podemos pagar con la actual estructura del gasto sanitario. Y una Administración con millones de funcionarios cuya plantilla no deja de engordar gracias a los taifas autonómicos, que tampoco podremos seguir financiando durante mucho tiempo. Y unos sindicatos de los que también cuida el Estado, que se oponen frontalmente a cualquier reforma que favorezca la creación de empleo con despido más barato. El AVE, las Cajas, la Sanidad, la Administración, las Comunidades Autónomas, los sindicatos, son botones de muestra de un país enloquecido que se creyó rico sin serlo, que desde hace tiempo vive con descaro por encima de sus posibilidades, pero que sigue bailando en cubierta –bien amarraditos héteros, gays y lesbianas, que a modernos no nos gana nadie-, mientras suena la orquesta en la toldilla y el barco se hunde lentamente de popa.
Un alcalde hay en Madrid que ha endeudado a los madrileños para varias generaciones –casi 9.000 millones de euros-, pero que sigue impertérrito su particular cruzada a favor de la organización de los Juegos Olímpicos para 2016, una fecha en la que España seguirá aún pagando las graves consecuencias sociales de la quiebra de las finanzas públicas que hoy parece casi inevitable, y ello entre la aquiescencia vacuna o el silencio cómplice de una mayoría de ciudadanos, que prefieren seguir amarraditos bailando en cubierta. ¿Hay algún país más rico que el nuestro? En Chicago ha surgido un fuerte movimiento de protesta contra la eventual concesión de los Juegos a la ciudad. “No es el momento para celebrar una fiesta privada –nunca mejor dicho en el caso de Gallardón- tan cara en la ciudad. No nos lo podemos permitir", aseguraba el martes en Lausana el portavoz de la plataforma No Games 2016 Chicago. “Tres de cada cuatro ciudadanos no quiere los Juegos en la ciudad”. Tampoco ahora quieren en Londres los de 2012. De modo que, para desgracia nuestra, aumentan las posibilidades de Madrid, chance que el establishment patrio, con el Monarca a la cabeza, se encargará de acrecentar engrasando los bolsillos de los miembros del COI que sean necesarios, que de corrupción aquí sabemos un rato.
Y en Madrid mora un famoso constructor, un “ser superior” que preside un club de fútbol que acaba de pagar 160 millones de euros –unos 26.000 millones de pesetas- por el fichaje de dos futbolistas, mientras el viernes el dueño de la empresa Mateo Aluminios se colgaba de una grúa reclamando el pago de 110.020 euros que el mismo club le adeuda desde hace meses. Casos como este están proliferando. Si los empresarios a quienes las distintas Administraciones, en especial Ayuntamientos, deben dinero llevaran a cabo sus amenazas cuando deciden reclamar su pasta, el paisaje de la playa Omaha durante el desembarco de Normandía se iba a convertir en una película rosa comparado con España. ¿Algún país más rico que el nuestro? Somos tan ricos que nos gusta pagar el recibo de la luz más caro de Europa, porque nos encanta la energía eólica (90 euros Mw), incluso la de fuel/gas (60 euros), mientras despreciamos la nuclear (30 euros). Somos antinucleares porque somos modernos, y además disfrutamos haciendo más ricos a Entrecanales y otras afamadas familias del lugar que se han pasado en masa a la cosa de la subvención eólica. También pagamos la tarifa de móvil y banda ancha más cara de la Unión (un gasto medio de 59,9 euros mensuales, frente a los 38,3 de la UE), pero lo hacemos con gusto porque eso nos permite presumir ante nuestros amigos extranjeros de contar con una empresa de telefonía entre las primeras multinacionales del sector. Un lujo, oiga.
Crecimiento muy bajo e impuestos muy altos
Y así seguimos, bailando en cubierta, mientras la negra nube del otoño que se avecina sigue engordando, tras un verano turístico flojito, con el “Plan E” y su tecnología del bordillo pasando a mejor vida, con el Estado endeudándose en otros 90.000 millones para rescatar Cajas y Bancos (que sí, Cristóbal, que a los gestores que han hecho mal su trabajo hay que ponerlos en la calle si quieren ayudas públicas, ¿es tan difícil comprender eso en la calle Génova?), con más quiebras empresariales, más ERES y más paro. Es muy posible que hayamos alcanzado ya la tasa de crecimiento más baja –de ahí que ZP repita eso de que “hemos tocado fondo”, que le cuentan al oído los economistas de guardia-, pero eso significa muy poco. Por delante tenemos un periodo muy largo, muy triste, muy lúgubre, de crecimiento casi imperceptible para la gente del común. Lo ha dicho el propio Felipe González esta semana: “Es verdad que estamos tocando fondo, pero podemos arrastrarnos por el suelo durante 10 años. Japón, por ejemplo, lleva 12”. Curioso que sea FG quien le diga alguna verdad a ZP, entre el atronador silencio de los corderos de los poderosos de este país: de Botín para abajo todos callados como putas, que no es cosa de enfadar a le petit Robespierre de Moncloa.
En la guillotina del gasto público desbocado –por más que necesario, en parte- está España segando su futuro de raíz. El horizonte se llama crecimiento económico muy bajo e impuestos muy altos. Todo tipo de impuestos, porque la deuda que estamos embalsando y que habrá que pagar es de tal magnitud que las recientes subidas del gasóleo y tabaco son peanuts comparadas con las necesidades de un Erario público que cada año va a recaudar menos precisamente como consecuencia de esa mayor carga fiscal, y ello porque la gente tiene la mala costumbre de no dejarse robar impunemente. Ayer mismo un tal Toxo, líder de CC.OO., apuntaba a ZP el camino: “Es el tiempo de mirar a la política fiscal para su reforma”, algo que en román paladino quiere decir que hay que freír a impuestos a las clases medias. Vuelve la Economía Planificada Socialista, nueva weltanschauung del sindicalismo español. En espera de que, de la mano de Toxo, Cándido Méndez y otros intelectuales de idéntica finura, el mito de aquella URSS donde todo era felicidad y pleno empleo se haga carne y habite entre nosotros, en España tendremos que habituarnos a años de bajo crecimiento y mucho paro.
Una clase política mediocre
El propio cuadro macro del Gobierno reconoce una tasa de desempleo del 17% -es decir, 4 millones de parados- para 2012. Cualquier presidente de Gobierno dotado de un mínimo sentido de la responsabilidad se sentiría abrumado por un futuro semejante. Nuestro simpático Zapatero, por el contrario, no se inmuta. Ni hablar de reformas. Él cuenta cuentos con la mejor de sus sonrisas. Recibe a todo el mundo en Moncloa y a todo el mundo le dice lo que quiere escuchar. “Como lo paga el vulgo, es justo hablar en necio para darle gusto”, que decía Lope. A todos promete el oro y el moro y a todos defrauda después. Se ha dicho ya muchas veces: lo peor del momento histórico que estamos viviendo, con una terrible crisis económica que es, antes y por encima de todo, política, crisis de agotamiento del Régimen salido de la transición, es vernos obligados a capear el temporal con un insolvente en el puente de mando y con la clase política más mediocre de la democracia. Gente de escasa capacidad intelectual a derecha e izquierda, sin altura de miras, sin un ápice de grandeza para discrepar del líder. Aferrada a las consignas del partido
No hay políticos que sepan de economía, que hayan dirigido una empresa y sean capaces de anteponer el bien común a los intereses personales o de grupo. La falta de material humano de calidad es nuestro gran déficit, como en su tiempo ya lamentaron Ortega y Baroja (“los españoles hemos tenido desgracia con nuestros políticos”, escribió Don Pío en La Guerra Civil en la Frontera). La consecuencia es la falta de debate. Y el silencio de los cementerios. Pajines, Florentinos y el machadiano “dolor de España crucificada”. Razón tiene el filósofo alemán Peter Sloterdijk: la crisis ha convertido a los ciudadanos en súbditos de la seguridad. La libertad ya no le interesa a nadie, porque todo se subordina a la seguridad. Como bien dice el post de Proyecto Cívico de esta semana en El Confidencial, “Nuestro sistema evoluciona cada vez más hacia la consolidación de una aristocracia en torno al poder y no hacia objetivos de perfeccionamiento de la democracia (…) En estos 30 años de impulso democrático, estamos más seguros de haber consolidado una casta indeseable que de haber seguido un lógico proceso de mayor y mejor participación ciudadana en el destino de nuestro país”. Es hora de ponerse en pie.
Jesús Cacho en el Conficencial