La «campaña internacional» de Artur Mas en estos días está articulada en torno a un silogismo infantilista propio del Zapatero más conmovedor: a) democracia es voto; b) el Gobierno español no permite a los censados en Cataluña votar su independencia; conclusión: c) el Gobierno español no es democrático. La carcajada que ha debido producir la lectura de tal secuencia de memeces en las cancillerías de una Europa civilizada ha quedado, por fortuna para nuestro común sentido del ridículo, apagada por la insonorización que es exigida por los usos diplomáticos.
¿Democracia es voto? Que nos lo digan a quienes vivimos el casi medio siglo de un franquismo atiborrado de votaciones corporativas y de tercios familiares. No existe ni ha existido una sola dictadura moderna que no haya hecho del voto su instrumento. Basta con regular adecuadamente el modo de ejercerlo.
¿El Gobierno español no permite votar su independencia al colectivo de ciudadanos censados en Cataluña? No podría. Ni el español ni ninguno. Por más que quisiera hacerlo. Violaría el principio constitucional más básico: el que pone la definición del sujeto constituyente en manos tan sólo de la totalidad de los ciudadanos a los cuales agrupa la Constitución en vigor. Un gobernante que se atreviese a violar ese principio, cometería un delito gravísimo de sedición. Y, en la práctica, estaría consumando un golpe de Estado. Que es como se define a aquellas actuaciones del poder político que no pasan a través de los reglados automatismos de las leyes. Veo muy bien a un Zapatero haciendo una barbaridad así. Pero dudo que ningún adulto mental ninguno, aunque sea un político se atreva a afrontar las consecuencias de eso: las morales como las penales.
Lo que Mas pide que se vote no es una Constitución para Cataluña. Eso vendrá después. Lo que pide ahora es que el voto de una fracción del sujeto constituyente español (los ciudadanos censados en Cataluña) decida por sí solo abolir la Constitución de España. Eso tiene un nombre: golpe de Estado. Y ningún gobierno de la nación podría avenirse a él sin ser su cómplice.
¿Puede abolirse una Constitución y abrir el camino para crear otra? Sí. Sin ningún problema. Basta atenerse al procedimiento que la Constitución vigente establece para su reforma, y que es una de las claves ineludibles de cualquier texto constitucional. De no ser así, de hacerse eso al margen de ley y norma, no estaríamos ante una reforma constitucional, sino ante un acto de fuerza. Frente al cual el Estado sólo podría reaccionar con un acto de fuerza más potente.
Nadie juegue a engañarse. El independentismo posee una vía legal. Sólo una. Desarrollar en el Parlamento español las hipótesis de reforma que contiene la Constitución del 78. Hacer que toda España vote una Constitución nueva que contemple la secesión posible de territorios. Y ejercerla luego. Legalmente. Es largo. Puede. Pero, al menos, no es trágico.
Gabriel Albiac
Félix Velasco - Management
No hay comentarios:
Publicar un comentario