¡Menuda bomba nos ha soltado «Oxfam» con su estadística de desigualdad! Ni la de Hiroshima. Ni la de Nagasaki. Ni la del maremoto de Fukushima. Y es que las cifras son aterradoras: la mitad de la riqueza está en manos del 1 por ciento de la población mundial. El 10 por ciento de esa población posee el 80 por ciento de la misma, mientras el 70 por ciento sólo posee el 3 por ciento de ella. En España, los 20 más ricos tienen tanto como el 20 por ciento de los más pobres. Unas cifras aterradoras. Y, como todas las estadísticas, engañosas. Engañosas porque se quedan en los números sin ver lo que hay detrás. El que haya muchos super-ricos en los países más pobres es ya toda una advertencia. El problema no es que haya ricos, sino cómo han hecho y qué hacen con su riqueza. Si la han logrado por la especulación, gracias a influencias exógenas o, sencillamente, engañando a los demás, como hizo Madoff y algunos bancos vendiendo a sus clientes productos financieros contaminados, será una riqueza perversa, nociva. Si, en cambio, es producto del trabajo, del esfuerzo, de la organización, de la invención, de la perspectiva empresarial, es una auténtica bendición no sólo para quien la posea, sino también para cuantos colaboran con él y para la sociedad en general. En España tenemos el mejor ejemplo. El hombre más rico del país es Amancio Ortega. Pero Amancio Ortega consiguió su fortuna no engañando ni explotando a nadie, sino haciendo el milagro de vestir como en «boutique» de lujo a mujeres jóvenes y no tan jóvenes que antes habían tenido que conformarse con vestidos que se veía a la legua habían sido hechos con un patrón uniforme y, además, de la moda del año pasado, en el mejor de los casos. Sin que les costase mucho más que los «chick». Gracias a eso, su éxito ha sido mundial y encontramos sus tiendas en todas las grandes ciudades. De paso, ha dado trabajo a decenas de miles de personas en todas las ramas que incluye la confección.
Lo que necesitamos son muchos Amancios Ortega. Si los hubiese, no habría tantos parados en España. Lo malo es que los españoles, y en mayor o menor grado el resto de los europeos, hemos preferido un puesto seguro, a ser posible en la Administración, con un sueldo razonable y abundantes vacaciones, a lanzarnos a la aventura de convertirnos en empresarios o autónomos, siempre llena de riesgos.
La desigualdad no se corrige subiendo el salario mínimo interprofesional. Ni, menos, extendiendo el subsidio de paro, las recetas preferidas de la izquierda. La desigualdad se corrige haciendo muchos empresarios y, a ser posible, muchos millonarios entre ellos. Y buenos empresarios sólo se hacen con buenas escuelas, con buenos profesores, con barrios seguros, con familias estables, con premios a los que se esfuerzan e incentivos a los que están dispuestos a llegar a lo más alto, que, a la postre, será hacer subir al país.
Es decir, todo lo que no se ha hecho en España en los últimos años. ¡Qué años! ¡Décadas!
José Mª Carrascal
FVA Management - Blog
Félix Velasco
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