La costumbre se obedeció durante generaciones, y el ecosistema del lugar fue respetado. Como las frutas restantes daban semillas, otros árboles fueron surgiendo. En poco tiempo, toda aquella región se transformó en un terreno fértil, envidiado por otras ciudades.
Las personas de aquel pueblo, sin embargo, continuaban comiendo una fruta por día, fieles a la recomendación que un antiguo profeta transmitiera a sus ancestros. Además, no permitían que los habitantes de otras aldeas se aprovechasen de la abundante producción que se daba todos los años.
Como resultado, las frutas se pudrían en el suelo.
Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo: "Permíteles que coman las frutas que quieran. Y pídeles que compartan su abundancia con sus vecinos."
El profeta llegó a la ciudad con el nuevo mensaje, pero acabó siendo apedreado, ya que la costumbre estaba arraigada en el corazón y en la mente de cada uno de los habitantes.
La fruta podrida terminó por estropear los campos, atraer plagas y volvió de nuevo la miseria a la zona.
Es más fácil culpar a Dios que a las personas incapaces de percibir que el mundo se transforma y que nosotros debemos transformarnos con él.
En nuestra sociedad hay demasiados individuos apegados y anquilosados en tradiciones sociales, políticas, culturales y económicas, que tuvieron sentido cuando se establecieron, pero que con el paso de los años han perdido toda su vigencia. Creo que además de hablar de innovación tecnológica deberías plantearnos una innovación en mentes y corazones para que puedan adaptarse al siglo XXI. Y por supuesto eliminar de raíz la cantidad absurda de ¿tradiciones?, carentes de sentido, en la que los políticos pretenden mantenernos sujetos para perpetuarse en el poder, alegando que son "guardianes de la sociedad, la cultura y la economía."
Félix Velasco - Blog
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