AHORA que vamos despacio, que se ha gripado el motor, han pinchado las burbujas que hincharon artificialmente nuestra economía, desde el ladrillo a las tecnológicas asociadas a telecomunicaciones, y en la caja sólo quedan telarañas, vamos a pagar con sangre, sudor y lágrimas todas las mentiras que nos han contado. Las vamos a pagar los españoles; nada de los bancos. Las pagaremos en forma de más impuestos, mayores comisiones, tasas superiores a las conocidas y recortes en los derechos asociados a nuestra contribución a las arcas comunes. Pero las pagaremos a escote. De eso no hay duda. Y sería muy de agradecer que en esta ocasión nos dijeran la verdad en lugar de perpetuar viejos embustes, aunque sólo sea por respeto a los sacrificios que sin duda nos exigirán.
Es muy fácil echar toda la culpa de nuestras desgracias al presidente anterior y por supuesto que tiene mucha. Fue él, José Luis Rodríguez Zapatero, quien hizo de la mentira una forma habitual de gestión, dejó pasar hace años el tren de los rescates bancarios colectivos, tapando los enormes agujeros de nuestras entidades con ese falso mantra de que España era diferente y jugaba en la Champions League, dio carta blanca a las comunidades autónomas para que gastaran sin medida, levantando las restricciones legislativas instauradas en tiempos de Aznar, y se fundió nuestro dinero en regalos electorales o planes propagandísticos carentes del menor sentido económico. Dicho lo cual, él no anduvo solo ese camino hacia el precipicio.
¿Cuántos gobiernos autonómicos se preocuparon de cuadrar sus cuentas en el tiempo de las vacas gordas? Ninguno de ningún color. ¿Cuántos directivos de cajas de ahorros, consejeros de distinto signo y demás gestores de fondos ajenos demostraron una capacidad de administración acorde con las retribuciones multimillonarias que se adjudicaron a sí mismos? Se cuentan con los dedos de una mano y sobran. ¿Cuántos altos ejecutivos renunciaron a engordar los balances de resultados mediante ingeniería contable por miedo a perder sus suculentos «bonus»? Muy poquitos. ¿Cuántos ciudadanos normales y corrientes se entramparon más allá de lo razonable, recurriendo al crédito hasta para embarcarse en un crucero por el Caribe? ¿Cuántos defraudan al sistema de un modo u otro? Demasiados.
Pensamos que el suflé seguiría subiendo indefinidamente, a pesar de saber que no tenía consistencia para sostenerse, hasta que el horno global se ha enfriado, provocando el hundimiento de esa ficción hueca sobre la que basábamos nuestro crecimiento. Ahora viene el llanto y crujir de dientes. La penitencia por tanto derroche. Una purga amarga que, salvo milagro improbable, no será repartida de manera ni equitativa ni justa, por la sencilla razón de que los causantes del desaguisado son demasiados como para rendir cuentas individuales y demasiado pocos como para hacerse cargo de la monumental factura.
Que se guarde su demagogia un PSOE bajo cuyo mandato se ha fraguado no sólo esta crisis, sino la mayor brecha abierta en España entre ricos y pobres desde que existe registro de la distancia que separa a esos dos grupos. Absténgase Rubalcaba de dar lecciones a Rajoy y evite éste tratarnos como a niños ignorantes. ¿Qué es eso de que pagarán los bancos? ¿No repercutirán esos costes sobre sus clientes? ¿No lo somos todos por obligación? ¿No permanece hoy secreto el destino de los miles de millones que han recibido ya del FROB?
La verdad, señores políticos, duele, pero la mentira ofende. Y a la larga siempre nos sale más cara a los mismos «paganos» de siempre.
Isabel San Sebastian
Félix Velasco Blog
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