Hubo Europa antes de la UE, y pese a la devastación moral, institucional y económica causada por el europeísmo –último refugio de los bibrones más manirrotos–, habrá Europa tras la UE. Aunque se parezca poco o nada a la de las últimas dos décadas.
Lo cierto es que construida exclusivamente sobre el bienestar económico y una ideología de la solidaridad común, la unidad política, pretendida y artificialmente separada de las visicitudes económicas, presenta graves problemas, de entre los cuales la desconfianza entre naciones no es la menor.
La creciente división nacional entre los europeos se plasma en las acusaciones septentrionales hacia el sur, o en las sureñas hacia Alemania, por no pensar en Europa más que en ella misma: ¿pensaban en ella los griegos, los portugueses o los españoles cuando se endeudaban hasta las cejas? ¿Con qué derecho exigir ahora a los alemanes un espíritu europeísta que en su malgasto los del sur jamás tuvieron?
La creciente criminalización alemana –sumada a la descofianza antieuropeísta en aquel país– puede de nuevo abrir las puertas a la cuestión europea, que no es otra que la definición y encaje de Alemania entre el resto de naciones europeas. Más de veinte años después de la caída del Muro, Alemania tiene la voluntad de desperezarse, y vuelve a sentirse más fuerte, al menos en relación con buena parte de sus ahora socios europeos. La crisis del euro, las acusaciones mutuas, ponen de manifiesto una vez más que el futuro europeo está cada vez más en función de las decisiones alemanas. ¿Es el regreso, una vez más, de la cuestión alemana?
GEES
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Félix Velasco
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