De entre todas las ideas estúpidas que se han puesto de moda en los últimos años gracias al pensamiento único intervencionista, pocas me desquician tanto como el desprecio generalizado hacia las compañías farmacéuticas y de cuidados médicos. Parece increíble, pero posiblemente éste sea el sector económico con peor prensa del mundo (quizás sólo igualado por el financiero). Unos tipos que dedican su tiempo, su dinero y su esfuerzo a mejorar nuestra salud son tratados por la opinión pública peor que muchos delincuentes.
Por eso, se celebra cada vez que el Gobierno impone un nuevo recorte al gasto farmacéutico. Se aplaude la obligatoriedad del uso de genéricos. Y se aúlla de placer cuando los burócratas de la ONU deciden robar una patente a una compañía u obligarla a que distribuya un medicamento por debajo de su coste. La lógica está clara: estos tipos son unos desalmados que quieren hacer ¡negocio! con nuestra salud, así que detengámosles cuanto antes.
Imaginemos a un tipo que se pasa ocho o diez años estudiando medicina, farmacia o biología en alguna de las más duras universidades del mundo; que luego entra a trabajar en una compañía farmacéutica en la que curra de sol a sol en busca de una nueva medicina; que pasa poco tiempo con su familia porque está metido en su laboratorio; y que tras muchos años de esfuerzo consigue un nuevo tratamiento contra el cáncer. La sociedad políticamente correcta de este comienzo del siglo XXI le exigirá que entregue todo ese trabajo a la humanidad. ¿A cambio de qué? De un Premio Nobel y quizás algún doctorado Honoris Causa. Eso si tiene suerte y su descubrimiento es muy importante. Si es simplemente un pequeño avance en lo conocido hasta ahora, que sólo mejora la calidad de vida de millones de enfermos en todo el mundo, se puede contentar con una palmadita en la espalda. ¿Y hacerse rico con sus ideas? No, eso sería propio de un capitalista desalmado y avaricioso.
Las consecuencias de todo esto no son fáciles de ver a corto plazo. De hecho, los titulares de muchos periódicos dirán en los próximos meses que el Estado español y las CCAA se han ahorrado miles de millones de euros en medicamentos por la obligatoriedad de la prescripción de genéricos. Y algún politiquillo demagogo saldrá ufano ante la prensa a celebrar que ya han metido en cintura a las farmacéuticas.
Claro, tras todo esto, puede que miles de jóvenes brillantes de todo el mundo decidan matricularse en otras carreras al ver que en el sector médico no hay expectativas de grandes sueldos. También puede que muchas compañías dejen de buscar la cura a graves enfermedades porque las trabas burocráticas y la falta de respeto a sus invenciones hacen que esas investigaciones no sean rentables. Incluso, puede que haya muchas empresas que dediquen más recursos a otro tipo de productos no directamente farmacéuticos (cosméticos, reductores de peso, de regeneración capilar...) porque al menos en esos campos no tienen tantas trabas ni los políticos saqueadores están atentos para quedarse con el beneficio de su trabajo.
Con este panorama, quizás dentro de treinta años no haya habido avances significativos en la lucha contra el cáncer u otras enfermedades. Y a lo mejor nuestra esperanza de vida no es tan alta como podría haber sido. Pero a ver quién culpa de eso a los políticos occidentales: si ellos están velando por nuestro bien constantemente.
Mientras pensaba en todo esto, me encontré en internet uno de los más emocionantes vídeos que he visto en los últimos meses. Es sobre una chica de 29 años, sorda de nacimiento, a la que le ponen un implante que le permite escuchar su propia voz por primera vez en su vida. En una pequeña nota bajo el vídeo, la protagonista informa a los que estén en su misma situación de que el aparato es un Esteem, de Envoy Medical. Por curiosidad, acudí a la web de esta empresa y leí su presentación, en la que admite que su finalidad es "llevar al mercado el primer implante auditivo sin micrófono". Debajo de esta declaración de intenciones, aparece su comité directivo: Kenneth H. Dahlberg, Allen U. Lenzmeier, Roger C. Lucas...
No conozco a ninguno de estos tipos. No son famosos. Posiblemente sean sólo buenos médicos que han ido subiendo en el escalafón de la compañía. Y seguramente estén forrados de dinero. Viendo las lágrimas que derrama esta chica mientras aprende a reconocer el sonido más bello del mundo (el de su propia voz), uno siente no sólo que nunca hará nada en su vida que valga tanto la pena, sino que Dahlberg, Lenzmeier y todos sus demás compañeros de Envoy Medical se merecen cada dólar que tengan en su cuenta bancaria. Sinceramente, ahora mismo no se me ocurre ningún político del que pueda decir lo mismo.
Domingo Soriano
FVA Management - Blog
Félix Velasco
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