Con frecuencia, las declaraciones del presidente invitan menos al examen político que al dictamen psicólogo. Así ocurre con las que lanzó en el calor mitinero de Santander, donde acusó de "mentir como un bellaco al que diga que hemos hecho recortes". Una bravata que emitía, oh, casualidad, cuando iba cumplir un añito el plan de ajuste que se avino a pergeñar después de que lograran insuflarle cierto sentido de la realidad. O meterle el miedo en el cuerpo. No fue, desde luego, suficiente como para frenar sus tendencias escapistas ni tampoco para modificar viejos hábitos; ésos que permiten anunciar en pleno mediodía que es de noche, con naturalidad y desparpajo. Revel sostenía que la inveterada deshonestidad en las relaciones con lo verdadero era una secuela de la educación totalitaria del pensamiento. Pero en nuestro hombre, más que educación, hay infantilismo. Es el niño que niega el estropicio, aun delante de testigos, decretos y hemerotecas.
Su asombrosa proclamación ha tenido como efecto secundario un reverdecer del brote populista. Pues, por si no bastara con el peronismo socialista, tenemos el peronismo conservador, cada uno con sus descamisados y sus consignas. De un lado, "no ha habido recortes"; del otro "el mayor recorte social de la democracia". Así, los dos grandes partidos pugnan por eso que llaman "políticas sociales", asunto que, conocido el percal, significa que tientan a los votantes con los abalorios del gasto público. Un gasto que España no se podía permitir cuando Zapatero extendía cheques sin fondos, y hoy todavía menos. Del PSOE no se puede esperar otra cosa y por ello se echa en falta que alguien, la oposición, tal vez, mantenga la cabeza fría y abandone la demagogia. En su tiempo, Bismarck "robó el trueno socialista", pero el Partido Popular no debería robarle a Zapatero una supuesta política social que ha contribuido a la ruina.
El dilema político consiste, hoy, en elegir entre la madurez y la infancia. Es posible dirigirse a la sociedad como si fuera incapaz de aceptar la austeridad y mantenerla en el kindergarten, la ilusión intacta, hasta que pete. Pero también es posible dirigirse a una sociedad de adultos y, por una vez, dejarse de cuentos.
Cristina Losada
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Félix Velasco
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