Si España no cumple el déficit, la culpa la tiene el Gobierno. Si Cataluña no cumple el déficit, la culpa también la tiene el Gobierno de España. Esa es la tesis esencial de un nacionalismo que consiste en culpar de los males propios a los demás porque la ficción del pueblo cautivo necesita el complemento de un chivo expiatorio. El gran fracaso de las autonomías no ha sido su quiebra por derroche sino la imposibilidad de evitar que el autogobierno acabase con la coartada del victimismo. Los nacionalistas viven en un proyecto permanente que se define por su propia insatisfacción; si consiguieran cuajar sus propósitos finales y satisfacer el anhelo de independencia que domina su imaginario simbólico se quedarían, en teoría, sin la gran disculpa del Estado opresor y tendrían que organizarse solos. Pero el soberanismo jamás se conforma con la simple soberanía, que conlleva una engorrosa responsabilidad. Una Cataluña independiente encontraría en el pasado reciente o remoto el argumento exculpatorio para seguir depositando sobre España el peso de un presunto débito histórico. El punto de partida de la reclamación identitaria está siempre en la exigencia de quedarse con lo propio y repartir lo ajeno. Lo mío es mío y lo tuyo, de los dos.
Por eso la llamada «transición nacional», que Artur Mas y sus socios declararon iniciada ayer con su estéril declaración sobre el derecho a decidir -¿a decidir qué?-, no representa más que una formulación relativamente distinta de la misma matraca de siempre. Hasta ocho veces se ha pronunciado el Parlamento catalán a favor de una autodeterminación unilateral que no le reconoce la razón jurídica. Esta vez han introducido el concepto de sujeto soberano para arrogarse un derecho que no les corresponde, estrategia clásica de la mentalidad victimista: se trata de inventarse una presunción de legitimidad para luego declararla atropellada. De convertir una pulsión sentimental o emotiva en fundamento de una falsa facultad política.
Pero incluso esa solemne manifestación de ensimismamiento está impregnada de la ambigüedad que caracteriza la estrategia nacionalista. En su fárrago de anacolutos, quiasmos, retruécanos y eufemismos elude de forma torticera la referencia explícita a un proceso de secesión. No es más que otra vuelta de tuerca en la creación de un clima de ruptura emocional basado en la autoafirmación excluyente y en la identificación de un culpable externo. La nación perseguida y tal y tal; una vulgar fábula de vaga retórica anticolonialista que se desmiente por el mismo hecho de que una institución plenamente autónoma pueda proclamarla sin la menor interferencia coactiva. Simplemente un papel mojado. Humaredas perdidas, neblinas estampadas, que decía Alberti. Desolada quimera cernudiana.
Todo eso ya lo saben ellos. Lo que les importa es la cantinela solipsista porque viven colgados de una perpetua reivindicación como yonkis de la queja.
Ignacio Camacho
FVA Management - Blog
Félix Velasco
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