sábado, 20 de octubre de 2012

Motín en el parvulario

España se enfrenta hoy con la peor de las herencias socialistas: la de esas generaciones que galopan hacia el infantilismo más cerril desde la autocomplacencia más ignara
El único error que ha cometido el señor Wert al denunciar la politización de los motines párvulos es no haber subrayado con más énfasis que una «huelga política» en el sector de la enseñanza no es, a fin de cuentas, sino un rotundo pleonasmo. Desde que Pierre Bourdieu (y sus cien mil adláteres) transformaron las aulas en el nuevo escenario de la lucha de clases, no ha habido milenarismo más lesivo, más empobrecedor, más atorrante que el que aúna la épica de la revolución pendiente con el lirismo pánfilo del eterno niñato. El que ha hecho de la pedagogía un santuario en el que aún rigen los dogmas de una ideología exhausta.
La batalla por la escuela es hoy, sin más, la batalla por la vida adulta. Y hay que agradecer al proyecto de ley Wert el haber abordado esa necesidad, tras decenios de complacida instalación en los más lerdos ideales de esa infancia a perpetuidad, decretada por la LOGSE socialista y que ha convertido a la española en la más deficiente enseñanza de toda Europa. Y claro que es política esforzarse por salir del erial abierto desde los años de Felipe González. Y claro que es política -la peor, la más reaccionaria, la que más condena al hijo de los ciudadanos humildes al fracaso- esta rabieta de pedagogos y de sindicatos contra cualquier intento racional de ajustar el sistema académico español a criterios europeos. En ese ascenso a la excelencia a través del estudio y el esfuerzo se cifra el único futuro del continente.
En «Lecciones de los maestros», George Steiner, que es, a su vez, uno de los maestros de la sensibilidad contemporánea, hace una interpretación de «La Divina Comedia» como epopeya del aprendizaje. Dante, un perfecto «escolástico» al fin y al cabo, habría concebido su poema como una serie de lecciones y clases magistrales que configuran, nutren, corrigen y elogian al discípulo en cada caso. El intelecto asciende desde la perplejidad más tenebrosa hasta los límites del entendimiento humano, que son exactamente los del lenguaje. «Educar» significa «conducir hacia delante», dejar atrás el Infierno de la puerilidad y hacerle un quiebro a la condenación que representa la infancia. Es decir, lo contrario de lo que nuestros educadores perpetran, hoy por hoy, con sus supuestos educandos. Es decir, lo contrario de lo que nuestros regresivos sindicatos se empeñan en imponer como un descerebrado paraíso. España se enfrenta hoy con la peor de las herencias socialistas: la de esas generaciones sin riendas ni equipaje que galopan hacia el infantilismo más cerril desde la autocomplacencia más ignara. A medio plazo es algo aún más letal que nuestra presente ruina.
Hace ya mucho tiempo, Louis Pauwels, uno de los profesionales más brillantes de la gran época del periodismo en Francia, acuñó la expresión «Sida mental» para definir los estragos que la pandilla de Jack Lang estaba provocando entre los colegiales del hexágono, país para el cual Condorcet había forjado, en 1789, el monumento de la enseñanza republicana. El virus del progresismo educativo había arrasado con la cultura del esfuerzo, con el «continuum» de la sabiduría como poso, con el ascensor social de la meritocracia. A la hora actual andamos en las mismas y sin que el ejemplo de nuestros vecinos nos haya servido para enmendar la plana: lasciate ogni speranza, abandonad toda esperanza. Y que Dante nos coja confesados.
Tomás  Cuesta
FVA Management - Blog
Félix Velasco

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